Cada día, mujeres de todas las regiones, viven situaciones de violencia en nuestra sociedad. Ya sean episodios de violencia psicológica, física, sexual o económica, las consecuencias de estos abusos pueden ser diversas y muy graves. Generalmente, las mujeres que viven violencia en la pareja suelen presentar diversos malestares y trastornos, siendo muy frecuente que sientan miedo, tanto por la violencia como por las consecuencias que puedan tener si deciden abrir el problema. Así, suelen verse atrapadas en el dilema entre terminar con la violencia, pero al mismo tiempo sentirse ligadas a su pareja o al padre de sus hijos, es decir, cómo elegir entre dos cosas que se quieren a la vez; no vivir violencia y al hombre que se tiene al lado. Por lo tanto, una sensación de indefensión las agobia, no saben cómo manejar la situación y tienden a pensar que no es tan grave el maltrato que viven en comparación a lo que podría implicar separarse de ese ser amado.
La vergüenza las suele embargar, y esto contribuye al aislamiento que poco a poco han ido construyendo en su vida. Suelen sentirse desanimadas o que merecen el castigo por algún hecho que hayan cometido, o por no cumplir con el ideal de lo que debe ser una mujer: obediente, cariñosa, amable, etc.
Si bien podemos encontrar múltiples consecuencias comunes del hecho de vivir violencia en la pareja, lo cierto es que cada mujer la vive según la singularidad de su historia y de aquellos valores, creencias, ideales que le hayan sido transmitidos. Existe un componente cultural respecto a qué significa ser mujer, donde cada una se inserta; ideales de mujer, de madre, de esposa, de hija, de cuidadora, donde cada una encuentra un lugar donde identificarse y construir su propia identidad. Pero también, cada una elige un modo particular y singular de colgarse a esos ideales, una mujer resonará de diversas formas según quien esté delante, deberá ser más pasiva, más amable, más cocinera, tendrá que trabajar o no, y así una multitud de frases.
Es en este contexto donde se produce el trauma que genera la violencia en la pareja, y van a ser estas singularidades las que marcarán el trauma y sus consecuencias. La violencia es vivida por cada mujer de una manera particular, para algunas es una repetición de la infancia, para otras será un castigo, incluso un castigo divino por haber desobedecido, incluso podrá ser una demostración de afecto, de preocupación del otro. Es así, como vemos que lo más relevante es la posición que adopte cada una ante este trauma, ya que esa posición nos habla de su subjetividad, de su identidad y de cómo se ha ido construyendo en la vida. Es desde esa particularidad que es posible reconstruirse, reparar un hecho traumático que ha podido arrasar con lo más profundo de la identidad. Retomando esas posiciones se puede comenzar el trabajo de comprender aquello que ocurrió, cómo se pudo llegar a esa situación y cómo fue posible mantenerla. Es desde allí que es posible perdonarse a sí mismo y trabajar la culpa, el dolor, la impotencia y la rabia.
De esa forma, se podrá no sólo reparar el daño que produjo la violencia, sino que también, será posible liberarse de la obediencia que aquellos mandatos imponían. Será posible construirse una identidad más libre, y con menor malestar respecto al lugar que se la ha asignado por el hecho de ser mujer, de ser mujer en esa cultura, en esa familia. Si pensamos en mujeres que viven violencia, tenemos que pensar que cada una lo hace de una manera personal y diferente, todas sienten dolor, pero cada una lo hace de una manera especial; por los hijos, porque se está defraudando a su propia madre, porque no consigue hacer feliz a su pareja, etc. Y para poder aliviar ese dolor, es necesario darle cabida al malestar de cada una, escuchar lo particular del trauma.
María Isabel Fernández
Psicóloga Clínica
Centro Clínico y de Investigación Templanza
12 de enero de 2009
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