¿Por qué la mujer es foco de violencia en nuestra sociedad? claramente no es una pregunta que se pueda responder ni fácil ni directamente y la invitación es más bien a pensar en torno a ciertas dimensiones del lugar de la mujer dentro de la problemática de la violencia de género. Violencia cuyas evidencias o señales en muchos casos se hacen invisibles para quienes viven esta situación y por lo tanto son silenciadas y aceptadas como si fueran condiciones dadas a su identidad sexual, o más bien, a su posición en un determinado orden social, sin reparos, o por lo menos si los hay, estos no son dichos e incluso a veces ni siquiera son posibles de ser pensados.
El hecho de ser mujer, o más bien de ocupar el lugar de mujer, trae consigo una serie de implicancias provenientes de las creencias y significaciones que cultural e históricamente se han atribuido al rol de la mujer. Las que han sido develadas, en gran parte, por los estudios realizados desde la perspectiva de Género.
Al nombrar “hombre” o “mujer” a un sujeto de acuerdo a su anatomía se está apelando no sólo a su cuerpo, se está hablando de un lugar, de un territorio simbólico en el que hay prescripciones y prohibiciones que indican cómo se es hombre y cómo se es mujer.
Al explorar cualquiera de estos dos territorios es posible constatar que las identidades que surgen a partir de éstos siempre se construyen en relación al otro. Se existe en uno u en otro lugar. Se es hombre o se es mujer.
Ser mujer significa adoptar una serie de códigos que se traducen en determinadas conductas y creencias que definen un límite o una frontera que demarca y que dan cuenta de la apropiación de un cuerpo físico y psíquico marcado por su anatomía sexual.
Si bien el contenido de las representaciones que definen lo que significa ser mujer varían de acuerdo al contexto histórico cultural, en torno a lo que clásicamente se espera de una mujer, de una buena mujer, podríamos enumerar una serie de afirmaciones como que ella es la fuente de los afectos y los cuidados al otro, es quien debe cuidar el hogar, quien cría a los hijos, atiende al marido, es pura, es fiel. La mujer está relegada a la casa, ese es su lugar. De lo contrario no será una buena mujer. Si no tiene hijos, si no es emotiva ni afectuosa, si no es fiel, algo ha fallado.
Hay una estructura social en la que el lugar de la familia es considerada de gran relevancia y quien es la encargada de que esta subestructura (la familia) funcione adecuadamente es la mujer. De acuerdo a esto último, una buena mujer es de su casa y está excluida del ámbito del trabajo, la política y la producción cultural. Y quizás si actualizamos relativamente esta afirmación, podríamos decir que una buena mujer sí puede trabajar, pero no puede abandonar los elementos que hacen referencia al cuidado de su hogar.
¿Por qué no?.... porque si bien ha desafiado la estructura de poderes en los que se sustenta el ordenamiento social y de alguna manera se ha apropiado de un poder esencialmente masculino, al que ella por derecho natural no tiene acceso, transgrediendo la frontera que demarcaba su lugar y el del otro, una cosa peor todavía es la de dejar de lado las obligaciones que definen a la mujer, por lo menos a las buenas.
¿En función de qué es necesaria una definición tan drástica de la identidad de género? Porque tal como se mencionó unas líneas atrás, la diferencia de género se construye en base a una relación dicotómica y la identidad de uno depende de la definición del otro. En este sentido, toda trasgresión planteada o ejecutada por la mujer instala un cuestionamiento a la identidad del hombre. No sólo eso, también activa la maquinaria de poder masculino, que a través de un discurso hegemónico descalifica y actúa de manera punitiva sobre aquellas mujeres que desafían el orden establecido, representando la oposición a lo que una buena mujer debe ser.
La amenaza de una mala mujer se traduce en la amenaza de una no mujer y por lo tanto también en la amenaza de un no hombre. Malas mujeres que plantean la existencia de lugares diferentes, territorios nuevos o por lo menos no explorados, cuyas fronteras no están dibujadas y que por lo tanto desafían la certeza de aquello que antes se podría haber afirmado conocer y daba la posibilidad de denominarlo sin duda alguna.
Amenazas que hacen evidentes la relación de dominio – sometimiento en la que se construye el orden social, donde los más débiles, las mujeres entre otros, deben ser sometidos ¿Cuál es la promesa de este sometimiento? Dar lo que ellas no tienen. Protección y valoración social al espacio en el que las mujeres sí podrían desenvolverse.
Promesa que exige una retribución, pide obediencia. Promesa que se construye sobre el abuso y anulación de ciertos sujetos. Abuso que se traduce en violencia. Violencia que puede tomar diferentes formas: control, golpes, insultos, marginación, diferencia de ingresos, menor empleabilidad, etc.
Obediencia - sometimiento que se significa como reciprocidad que permite a la vez aquietar, o adormecer, las preguntas y el malestar que cada sujeto pueda experimentar al ubicarse en el lugar al que se le ha designado por el hecho de haber nacido hombre o mujer.
Sometimiento que a algunos acomoda, pero que lleva consigo violencia. Sin embargo, ésta no siempre es evidente y el hecho de visibilizarla, por ejemplo por medio de la opción de ser una “mala mujer”, es socialmente juzgado y castigado.
Carmen Paz Castillo Vial
Psicóloga
Centro Clínico y de Investigación Templanza
12 de enero de 2009
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