La categoría de Género, entendida ésta como la interpretación y valoración cultural de la diferencia sexual anatómica, puede ser o no ser leída incluyendo otras categorías de análisis. Podría pensarse que bastaría con el estudio de las prácticas de roles de género para aplicar determinadas políticas públicas en distintas dimensiones (salud, educación, seguridad ciudadana); no obstante, el género –como constructo y práctica de poder- no se desmarca del amplio entramado social que le perpetúa.
En esta línea, no sería suficiente pensar dos grandes conjuntos (femenino / masculino) para determinar de manera unívoca las eventuales soluciones al problema de la violencia estructural en torno al género; será necesario incluir subsistemas de análisis en conformidad a la complejidad cultural y a los distintos efectos que trae en cada sujeto las particularidades que le afectan. Se propone, entonces, incluir con urgencia las categorías etáreas y de clase (Fuller, 1993), en razón de que estas condiciones marcan el origen y destino de cómo se vivencia el género, su construcción y los avatares psíquicos ligados a él; también esta apuesta se justifica en que dichas categorías también implican ejercicio de poder, violencia y exclusión.
La adolescencia, como construcción social, tendrá como fin afianzar las fantasmatizaciones en torno a los ideales de lo femenino y masculino en concordancia al propio género y al género-otro, en todos los registros posibles (vincular, laboral, sexual, entre otros). La niña se inscribe en el pacto social, asumiendo un listado de renuncias (y re-nupcias en materia de identificaciones), conllevando esto a una serie de transformaciones tanto en lo real como en lo simbólico. El valor y ubicación social que logre la sujeto estará definido por los cumplimientos de dichos ideales; también los castigos sociales al no cumplirlos, con las consecuentes salidas hacia la enfermedad mental (en ambos casos) Evidentemente, esta asignación se fragmenta según el origen social y económico de cada mujer.
¿Qué se espera de la joven en situación de vulnerabilidad social? ¿Qué mandatos pre-escriben el ser mujer en la marginalidad? Como prácticas vinculantes, resaltan de inmediato una sexualidad ejercida precozmente y la maternidad. Desglosamos lo anterior.
Resalta en el discurso de las jóvenes, tanto a nivel individual como colectivo, la búsqueda de intimidad en un mundo que aparece como exhibición, ofrecimiento, hacinamiento, alienación; la sexualidad se aprecia como instancia exclusiva de ser dos, de subjetivizarse en sí y para el otro, de la posibilidad de reconocerse un cuerpo nuevo, difícilmente nombrado con anterioridad. Es la sexualidad -en este punto- la promesa de humanizar su cuerpo: dentro del mundo de la necesidad (del hambre, del frío, de la contingencia que pone en duda la sobrevivencia), aparece de pronto el deseo del otro, se es mirada; esa es la narración.
Como efecto de lo anterior, aparece la maternidad –inesperada pero deseada al mismo tiempo-, como “un tapón, y suprime la angustia. La mujer está llena; incluso está llena hasta estallar” (Lemoine-Luccioni, 2001. p. 21). La muchacha, que dadas sus ubicaciones etáreas, de clase y de género, se encontraba sumida en una triple marginalidad y exclusión, encinta logra ser reconocida, logra apropiarse de su producción, o más bien, logra reproducir eso exigido. Existe un paso desde el no lugar hacia el ser madre. El embarazo llena una identidad definida de manera negativizada, la llena al punto de situar a la adolescente como un problema de salud dentro de un plan de política pública: Madres Adolescentes.
No obstante estos intentos subjetivos por aparecer, se vuelven con el tiempo, innecesarios: la sexualidad y la maternidad como vertiente no parecen ser vividas sino como los signos de la condena que prescribe la potencia nunca actualizada (Irigaray, 1974). Lo que en un momento se presentaba como las alternativas para salir de eso, se vuelven en los muros que impiden con fuerza la movilidad subjetiva, nuevamente desplazada hacia lo ¿privado?
En materia terapéutica, tanto con mujeres jóvenes como con adultas, surge la interrogante por las decisiones tomadas, por las posibilidades pasadas, por lo perdido en la medida de lo ganado. Aparece la novela familiar, también la social - política. En retrospectiva, en forma de recuerdos, se re-construyen esas escenas míticas que con probabilidad no habían sido dadas en palabras sino que hasta ese momento. La escucha de esos discursos, dentro del marco de la relación terapéutica, brinda entonces ese reconocimiento: las decisiones no se evalúan ya como buenas o malas, son marca de una sujeto que aparece en su historia, y va haciéndola propia.
Textos referencias
- Fuller, N (1993) “Clase, raza etnia e intercambios conyugales entre los varones urbanos del Perú”. Texto presentado en Grupo de trabajo Trabalho.
- Irigaray, L (1974). Speculum; espéculo de la otra mujer. Madrid. Ed. Saltés.
- Lemoine-Luccioni, Eugénie. (2001) La partición de las mujeres. Buenos Aires: Amorrortu editores.
Donna Jana Aguirre
Psicóloga Clínica
Centro Clínico y de Investigación Templanza
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario