12 de enero de 2009

La construcción del cuerpo a través del juego.

El cuerpo no es originario. Algo del orden de lo simbólico lo organiza. El cuerpo es cruzado por la palabra, es hablado. Existen manifestaciones corporales en el bebé que toman valor de signo para otro. El otro lee algo ahí, interpreta y da sentido, siendo este hecho fundamental para el desarrollo subjetivo posterior. La madre lee en el hijo lo que su estructura le permite. Los signos adquieren sentido en la medida que el niño esta inserto en un universo simbólico que lo precede, donde es otro quien atribuye el sentido. En esta atribución que el otro hace, influye el universo simbólico en el cual se está inscrito. Cuando el otro interpreta, provoca que el niño quede atrapado e inscrito en el universo del otro creando así, subjetividad. El bebé habla lo que los padres dicen de él, el cuerpo habla en la medida que es hablado por otro.

El lugar del niño en la cadena significante de los padres va a reordenar el cuerpo en un sistema que nada tiene que ver con lo biológico. Ricardo Rodulfo señala que el niño puede extraer significantes de los padres, puede hacer algo con lo que tiene activamente. Es a través del juego que el niño se estructura subjetivamente, que “construye” activamente su cuerpo. De este modo, la aparición del juego es fundamental en el desarrollo porque es a través de la significación que en el juego se produce que el niño se apropia de la realidad, creando un espacio distinto, su propia realidad. El juego es por lo tanto una práctica significante, en tanto remite al producto de una cierta actividad con determinados contenidos. Rodulfo señala que no hay ninguna actividad significativa en el desarrollo de un niño que no pase por el juego. El juego no es sólo catarsis o diversión, tampoco una actividad más. El jugar es producir significantes que representen al sujeto que juega.

En la estructuración subjetiva van a aparecer distintos tipos de juegos, variaciones en las funciones del jugar. Antes del Fort-Da, existen otros tipos de juego igualmente estructurantes. Estas variaciones del jugar (antes e incluso después del Fort-Da) tienen que ver con la construcción libidinal del cuerpo.

Rodulfo describe tres tipos de juego:
1. Fabricación de superficie
2. Fabricación de un tubo
3. Creación de un espacio tridimensional

1. Fabricación de superficie: lo primero que se construye en relación al cuerpo no es el volumen sino más bien una superficie. Es como una película de banda continua sobre la cual se apuntalan luego diferencias de dentro/fuera y yo/no yo. Sin esta superficie nada se puede apuntalar ahí. La fabricación de superficie se relaciona de este modo con la piel. A través de los órganos de incorporación, el niño arranca algo ahí que va a corresponder a la posibilidad de agregar piel. Se trata de una actividad múltiple y extractiva, horadante. Con lo que el niño extrae del espacio y del cuerpo del otro, fabrica superficies continuas, ciertos trazados sin límites en un principio, en donde se combina el agujereo y el hacer superficies. Un ejemplo de lo anterior son los juegos de embadurnamiento y las rutinas que ayudan a establecer la continuidad. El otro le ofrece al niño un sistema de continuidades unificantes que le sirven para armar continuidad hasta la llegada al Fort-Da donde recién sería posible la simbolización de la ausencia.
En la fabricaron de la banda continua, se incluye a la madre y también otros elementos que apuntan a su unificación. La fabricación de superficie es pregnante al sujeto y es fundamental para su existencia. Sin ésta, el sujeto no puede instalarse. Aquí, el espacio y el tiempo coinciden sin desdoblamiento. El niño aún no se posee a sí mismo. La separación del cuerpo primordial del otro aún no se ha producido. Al origen de la fabricación de superficies está la función materna en tanto permite la experiencia de lo cotidiano y el sentido de soporte, de plataforma.

2. Fabricación de un tubo: se relaciona con los juegos de continente/contenido (meter/sacar cosas de un tubo) siendo esta relación reversible. Todavía hay inclusión recíproca ya que las cosas no están diferenciadas (madre/hijo siguen juntos). Por lo tanto, toda operación sobre el espacio del niño es una operación sobre su propio cuerpo. Aparece aquí una dimensión poco clara de volumen relacionada a la omnipotencia infantil. El niño cree que puede hacer cosas que no son posibles ya que aún no tiene conceptos de tamaño ni de volumen. Esta función del jugar conduce a la posibilidad de fabricar un tubo, considerando que todavía no existe lo externo/interno.

Sobre estas funciones (creación de superficie y de un tubo) aparece al final del primer año de vida, apuntalado en la continuidad, la tercera función del jugar que se relaciona con el Fort-Da.

3. Creación de un espacio tridimensional: este tipo de juego se reconoce en los juegos de aparecer/desaparecer, dejar caer cosas, tapar/destapar, cerrar puertas, juegos de escondite, etc. Hasta entonces, la desaparición no provocaba ningún placer o incluso causaba angustia. Ahora, se convierte en un acontecimiento libidinal, el niño ríe y repite la experiencia. De este modo, la desaparición para a ser una carga libidinal. Rodulfo plantea que se relaciona con el destete. Se trataría aquí de un triple destete, del seno materno, de la mirada materna y del sujeto en sí mismo. El niño se desteta en colaboración con la madre. No se trata simplemente de un acontecimiento oral, implica una partición simbólica, una separación interno/externo, yo/no yo.

Frente a la ausencia de la madre, el niño se adueña de la situación sin la experiencia dolorosa. Así, el Fort-Da le permite al niño soportar la partida de la madre y hacer suyo algo que sufrió pasivamente. Con esta función del jugar se logra una nueva adquisición, la capacidad del niño de desaparecer y hacer desaparecer. Se constituye de este modo el par opositor presencia/ausencia antes inexistente. Por primera vez, se inscribe algo distinto a la madre. Antes de esta categoría, la ausencia no podía simbolizarse. El niño pone el acento en el “arrojar fuera”, valorizando lo nuevo: ausencia, luego presencia.

El cuerpo no es algo natural. Es necesario extraer material para fabricarlo. El jugar es en sí mismo un proceso fundante ya que a partir de juego, el niño se obsequia un cuerpo apoyado en el mito familiar. El niño activamente produce diferencia y trabaja como albañil de su propio cuerpo, lo que le permite constituirse en un sujeto deseante.


Bibliografía:

Rodulfo, Ricardo. El niño y el Significante: un estudio sobre las funciones del jugar en la constitución temprana. Ed. Paidós, Buenas aires, 1989.


Magdalena Manríquez
Psicóloga Clínica
Centro Clínico y de Investigación Templanza

La singularidad del trauma.

Cada día, mujeres de todas las regiones, viven situaciones de violencia en nuestra sociedad. Ya sean episodios de violencia psicológica, física, sexual o económica, las consecuencias de estos abusos pueden ser diversas y muy graves. Generalmente, las mujeres que viven violencia en la pareja suelen presentar diversos malestares y trastornos, siendo muy frecuente que sientan miedo, tanto por la violencia como por las consecuencias que puedan tener si deciden abrir el problema. Así, suelen verse atrapadas en el dilema entre terminar con la violencia, pero al mismo tiempo sentirse ligadas a su pareja o al padre de sus hijos, es decir, cómo elegir entre dos cosas que se quieren a la vez; no vivir violencia y al hombre que se tiene al lado. Por lo tanto, una sensación de indefensión las agobia, no saben cómo manejar la situación y tienden a pensar que no es tan grave el maltrato que viven en comparación a lo que podría implicar separarse de ese ser amado.

La vergüenza las suele embargar, y esto contribuye al aislamiento que poco a poco han ido construyendo en su vida. Suelen sentirse desanimadas o que merecen el castigo por algún hecho que hayan cometido, o por no cumplir con el ideal de lo que debe ser una mujer: obediente, cariñosa, amable, etc.

Si bien podemos encontrar múltiples consecuencias comunes del hecho de vivir violencia en la pareja, lo cierto es que cada mujer la vive según la singularidad de su historia y de aquellos valores, creencias, ideales que le hayan sido transmitidos. Existe un componente cultural respecto a qué significa ser mujer, donde cada una se inserta; ideales de mujer, de madre, de esposa, de hija, de cuidadora, donde cada una encuentra un lugar donde identificarse y construir su propia identidad. Pero también, cada una elige un modo particular y singular de colgarse a esos ideales, una mujer resonará de diversas formas según quien esté delante, deberá ser más pasiva, más amable, más cocinera, tendrá que trabajar o no, y así una multitud de frases.

Es en este contexto donde se produce el trauma que genera la violencia en la pareja, y van a ser estas singularidades las que marcarán el trauma y sus consecuencias. La violencia es vivida por cada mujer de una manera particular, para algunas es una repetición de la infancia, para otras será un castigo, incluso un castigo divino por haber desobedecido, incluso podrá ser una demostración de afecto, de preocupación del otro. Es así, como vemos que lo más relevante es la posición que adopte cada una ante este trauma, ya que esa posición nos habla de su subjetividad, de su identidad y de cómo se ha ido construyendo en la vida. Es desde esa particularidad que es posible reconstruirse, reparar un hecho traumático que ha podido arrasar con lo más profundo de la identidad. Retomando esas posiciones se puede comenzar el trabajo de comprender aquello que ocurrió, cómo se pudo llegar a esa situación y cómo fue posible mantenerla. Es desde allí que es posible perdonarse a sí mismo y trabajar la culpa, el dolor, la impotencia y la rabia.

De esa forma, se podrá no sólo reparar el daño que produjo la violencia, sino que también, será posible liberarse de la obediencia que aquellos mandatos imponían. Será posible construirse una identidad más libre, y con menor malestar respecto al lugar que se la ha asignado por el hecho de ser mujer, de ser mujer en esa cultura, en esa familia. Si pensamos en mujeres que viven violencia, tenemos que pensar que cada una lo hace de una manera personal y diferente, todas sienten dolor, pero cada una lo hace de una manera especial; por los hijos, porque se está defraudando a su propia madre, porque no consigue hacer feliz a su pareja, etc. Y para poder aliviar ese dolor, es necesario darle cabida al malestar de cada una, escuchar lo particular del trauma.

María Isabel Fernández
Psicóloga Clínica
Centro Clínico y de Investigación Templanza

La amenaza de una mala mujer.

¿Por qué la mujer es foco de violencia en nuestra sociedad? claramente no es una pregunta que se pueda responder ni fácil ni directamente y la invitación es más bien a pensar en torno a ciertas dimensiones del lugar de la mujer dentro de la problemática de la violencia de género. Violencia cuyas evidencias o señales en muchos casos se hacen invisibles para quienes viven esta situación y por lo tanto son silenciadas y aceptadas como si fueran condiciones dadas a su identidad sexual, o más bien, a su posición en un determinado orden social, sin reparos, o por lo menos si los hay, estos no son dichos e incluso a veces ni siquiera son posibles de ser pensados.

El hecho de ser mujer, o más bien de ocupar el lugar de mujer, trae consigo una serie de implicancias provenientes de las creencias y significaciones que cultural e históricamente se han atribuido al rol de la mujer. Las que han sido develadas, en gran parte, por los estudios realizados desde la perspectiva de Género.

Al nombrar “hombre” o “mujer” a un sujeto de acuerdo a su anatomía se está apelando no sólo a su cuerpo, se está hablando de un lugar, de un territorio simbólico en el que hay prescripciones y prohibiciones que indican cómo se es hombre y cómo se es mujer.

Al explorar cualquiera de estos dos territorios es posible constatar que las identidades que surgen a partir de éstos siempre se construyen en relación al otro. Se existe en uno u en otro lugar. Se es hombre o se es mujer.

Ser mujer significa adoptar una serie de códigos que se traducen en determinadas conductas y creencias que definen un límite o una frontera que demarca y que dan cuenta de la apropiación de un cuerpo físico y psíquico marcado por su anatomía sexual.

Si bien el contenido de las representaciones que definen lo que significa ser mujer varían de acuerdo al contexto histórico cultural, en torno a lo que clásicamente se espera de una mujer, de una buena mujer, podríamos enumerar una serie de afirmaciones como que ella es la fuente de los afectos y los cuidados al otro, es quien debe cuidar el hogar, quien cría a los hijos, atiende al marido, es pura, es fiel. La mujer está relegada a la casa, ese es su lugar. De lo contrario no será una buena mujer. Si no tiene hijos, si no es emotiva ni afectuosa, si no es fiel, algo ha fallado.

Hay una estructura social en la que el lugar de la familia es considerada de gran relevancia y quien es la encargada de que esta subestructura (la familia) funcione adecuadamente es la mujer. De acuerdo a esto último, una buena mujer es de su casa y está excluida del ámbito del trabajo, la política y la producción cultural. Y quizás si actualizamos relativamente esta afirmación, podríamos decir que una buena mujer sí puede trabajar, pero no puede abandonar los elementos que hacen referencia al cuidado de su hogar.

¿Por qué no?.... porque si bien ha desafiado la estructura de poderes en los que se sustenta el ordenamiento social y de alguna manera se ha apropiado de un poder esencialmente masculino, al que ella por derecho natural no tiene acceso, transgrediendo la frontera que demarcaba su lugar y el del otro, una cosa peor todavía es la de dejar de lado las obligaciones que definen a la mujer, por lo menos a las buenas.

¿En función de qué es necesaria una definición tan drástica de la identidad de género? Porque tal como se mencionó unas líneas atrás, la diferencia de género se construye en base a una relación dicotómica y la identidad de uno depende de la definición del otro. En este sentido, toda trasgresión planteada o ejecutada por la mujer instala un cuestionamiento a la identidad del hombre. No sólo eso, también activa la maquinaria de poder masculino, que a través de un discurso hegemónico descalifica y actúa de manera punitiva sobre aquellas mujeres que desafían el orden establecido, representando la oposición a lo que una buena mujer debe ser.

La amenaza de una mala mujer se traduce en la amenaza de una no mujer y por lo tanto también en la amenaza de un no hombre. Malas mujeres que plantean la existencia de lugares diferentes, territorios nuevos o por lo menos no explorados, cuyas fronteras no están dibujadas y que por lo tanto desafían la certeza de aquello que antes se podría haber afirmado conocer y daba la posibilidad de denominarlo sin duda alguna.

Amenazas que hacen evidentes la relación de dominio – sometimiento en la que se construye el orden social, donde los más débiles, las mujeres entre otros, deben ser sometidos ¿Cuál es la promesa de este sometimiento? Dar lo que ellas no tienen. Protección y valoración social al espacio en el que las mujeres sí podrían desenvolverse.

Promesa que exige una retribución, pide obediencia. Promesa que se construye sobre el abuso y anulación de ciertos sujetos. Abuso que se traduce en violencia. Violencia que puede tomar diferentes formas: control, golpes, insultos, marginación, diferencia de ingresos, menor empleabilidad, etc.

Obediencia - sometimiento que se significa como reciprocidad que permite a la vez aquietar, o adormecer, las preguntas y el malestar que cada sujeto pueda experimentar al ubicarse en el lugar al que se le ha designado por el hecho de haber nacido hombre o mujer.

Sometimiento que a algunos acomoda, pero que lleva consigo violencia. Sin embargo, ésta no siempre es evidente y el hecho de visibilizarla, por ejemplo por medio de la opción de ser una “mala mujer”, es socialmente juzgado y castigado.


Carmen Paz Castillo Vial
Psicóloga
Centro Clínico y de Investigación Templanza

Lo que la píldora del día después no provoca

El tema de la píldora del día después puede ser tomado desde distintos puntos de vista; legal, de salud pública, religioso, etc. y dar lugar a que cada uno de cuenta de una posición en la vida. Yo defiendo el derecho a poder dar cuenta de esa posición, a permitirle a cada una de estas posturas discutir entre sí.

No quiero entrar en el dilema de si la PAE (píldora anticonceptiva de emergencia) es abortiva o no, de si la vida comienza con la fecundación o la implantación, de si a los 2 días o las 12 semanas, etc. Esto es algo que ha ido cambiando con los tiempos y de seguro seguirá cambiando y cada sociedad tendrá que encontrar su manera de colocar estas respuestas donde mejor le parezca. Pero hay que hacerlo. He ahí mi punto respecto a lo que genera la PAE o más bien lo que debiera provocar. Lo que más lamento de su rechazo es nuestra imposibilidad de sentarnos a discutir. Cada uno saca su publicación científica de si impide o no la implantación y nos perdemos en eso. Evidentemente, que es un punto a aclarar pero bajo mi perspectiva eso no cambia ciertas cosas.

Pienso que el tema de la anticoncepción en general, nos enfrenta a la complejidad de la vida pero también de la muerte. Nos enfrenta a la idea del amor pero también de la violencia. Nos enfrenta al ser humano en toda su dimensión. Esto es, seres tratando de encontrar un camino, una posición. Sabemos que nuestras elecciones en la vida muchas veces están llenas de violencia y ni siquiera las vemos. Vivimos día a día llenos de gestos de violencia y vamos tratando de encontrar la mejor manera como sociedad para que no sean estos actos violentos los que se instalen pero sabemos que muchas veces, la violencia está, querámoslo o no. En un golpe, en una violación, en un insulto, en un accidente, etc. El punto es saber qué hacemos con esta violencia, cómo la manejamos, cuánto de ella vamos a permitir para poder ser una sociedad que logre convivir y sobrevivir.

Porqué un padre es capaz de violar a su hija tal vez es algo que nunca lleguemos a entender bien, pero sí hemos llegado como sociedad a decir que es un acto violento y sancionable. Pero no soportamos como sociedad decir que tal vez hay que hacer otro acto, como tomar la PAE, para que ese delito no se transforme en algo que instale no sólo la violencia en esa chica sino también la posibilidad de un embarazo que viene a dar cuenta en lo real de ese acto violento y sancionable.

Este es el argumento más fácil y que tal vez más eco podría tener en nuestra sociedad hoy ya que sería responder con un acto (tal vez violento) a un acto que ha sido reconocido por nuestra sociedad como violento, la violación y el incesto. Pero ni siquiera esto se discute. No ponemos en juego a nuestra sociedad con toda su dimensión contradictoria e indeseable. Todo queremos disfrazarlo y tratar de arreglarlo con palabras que de fuera suenan lindas “la vida sobre cualquier cosa” pero que vivirlas en todo lo que implican a veces están mucho más llenas de muerte que de vida; de rabia, que de amor; de trauma, que de dolor.

No somos pura biología y naturaleza. Estamos atravesados por la palabra y por una cultura que nos define y es a través de esta palabra que tenemos que ser capaces de resolver nuestras pequeñas violencias de cada día. Definir lo que estamos dispuestos a tolerar o no. Si a una chica se le olvida una pastilla anticonceptiva, ¿la vamos a sancionar con el embarazo? ¿Si se rompe un preservativo, si se tiene sexo desprotegido diremos “Debieron haberlo pensado mejor antes de hacerlo”? ¿Ese es el castigo que queremos dar nosotros como sociedad? ¿La sanción frente a la irresponsabilidad o el descuido será el embarazo no deseado?

¿Por qué queremos limpiar en las políticas de salud sexual y reproductiva toda la violencia que vivimos alrededor?
Preferimos no ver que la violencia está instalada mucho antes que el gesto de tomarse una pastilla, y combatimos con todas las fuerzas y sin discusión, algo que sólo pone en juego nuestro lugar como sujetos. Sujetos sexuados, sujetos expuestos a errores, sujetos que necesitan encontrar entre sí un punto de encuentro para aprender a convivir.

Este es el punto que tenemos que encontrar como sociedad y para eso es necesario abrir los temas sin actos reflejos de negación hacia la posición del otro.


Macarena Silva Solari
Psicóloga Clínica
Centro Clínico y de Investigación Templanza

Construcción del género en sistemas de marginalidad social: sus efectos en la subjetividad adolescente.

La categoría de Género, entendida ésta como la interpretación y valoración cultural de la diferencia sexual anatómica, puede ser o no ser leída incluyendo otras categorías de análisis. Podría pensarse que bastaría con el estudio de las prácticas de roles de género para aplicar determinadas políticas públicas en distintas dimensiones (salud, educación, seguridad ciudadana); no obstante, el género –como constructo y práctica de poder- no se desmarca del amplio entramado social que le perpetúa.
En esta línea, no sería suficiente pensar dos grandes conjuntos (femenino / masculino) para determinar de manera unívoca las eventuales soluciones al problema de la violencia estructural en torno al género; será necesario incluir subsistemas de análisis en conformidad a la complejidad cultural y a los distintos efectos que trae en cada sujeto las particularidades que le afectan. Se propone, entonces, incluir con urgencia las categorías etáreas y de clase (Fuller, 1993), en razón de que estas condiciones marcan el origen y destino de cómo se vivencia el género, su construcción y los avatares psíquicos ligados a él; también esta apuesta se justifica en que dichas categorías también implican ejercicio de poder, violencia y exclusión.
La adolescencia, como construcción social, tendrá como fin afianzar las fantasmatizaciones en torno a los ideales de lo femenino y masculino en concordancia al propio género y al género-otro, en todos los registros posibles (vincular, laboral, sexual, entre otros). La niña se inscribe en el pacto social, asumiendo un listado de renuncias (y re-nupcias en materia de identificaciones), conllevando esto a una serie de transformaciones tanto en lo real como en lo simbólico. El valor y ubicación social que logre la sujeto estará definido por los cumplimientos de dichos ideales; también los castigos sociales al no cumplirlos, con las consecuentes salidas hacia la enfermedad mental (en ambos casos) Evidentemente, esta asignación se fragmenta según el origen social y económico de cada mujer.
¿Qué se espera de la joven en situación de vulnerabilidad social? ¿Qué mandatos pre-escriben el ser mujer en la marginalidad? Como prácticas vinculantes, resaltan de inmediato una sexualidad ejercida precozmente y la maternidad. Desglosamos lo anterior.
Resalta en el discurso de las jóvenes, tanto a nivel individual como colectivo, la búsqueda de intimidad en un mundo que aparece como exhibición, ofrecimiento, hacinamiento, alienación; la sexualidad se aprecia como instancia exclusiva de ser dos, de subjetivizarse en sí y para el otro, de la posibilidad de reconocerse un cuerpo nuevo, difícilmente nombrado con anterioridad. Es la sexualidad -en este punto- la promesa de humanizar su cuerpo: dentro del mundo de la necesidad (del hambre, del frío, de la contingencia que pone en duda la sobrevivencia), aparece de pronto el deseo del otro, se es mirada; esa es la narración.
Como efecto de lo anterior, aparece la maternidad –inesperada pero deseada al mismo tiempo-, como “un tapón, y suprime la angustia. La mujer está llena; incluso está llena hasta estallar” (Lemoine-Luccioni, 2001. p. 21). La muchacha, que dadas sus ubicaciones etáreas, de clase y de género, se encontraba sumida en una triple marginalidad y exclusión, encinta logra ser reconocida, logra apropiarse de su producción, o más bien, logra reproducir eso exigido. Existe un paso desde el no lugar hacia el ser madre. El embarazo llena una identidad definida de manera negativizada, la llena al punto de situar a la adolescente como un problema de salud dentro de un plan de política pública: Madres Adolescentes.
No obstante estos intentos subjetivos por aparecer, se vuelven con el tiempo, innecesarios: la sexualidad y la maternidad como vertiente no parecen ser vividas sino como los signos de la condena que prescribe la potencia nunca actualizada (Irigaray, 1974). Lo que en un momento se presentaba como las alternativas para salir de eso, se vuelven en los muros que impiden con fuerza la movilidad subjetiva, nuevamente desplazada hacia lo ¿privado?
En materia terapéutica, tanto con mujeres jóvenes como con adultas, surge la interrogante por las decisiones tomadas, por las posibilidades pasadas, por lo perdido en la medida de lo ganado. Aparece la novela familiar, también la social - política. En retrospectiva, en forma de recuerdos, se re-construyen esas escenas míticas que con probabilidad no habían sido dadas en palabras sino que hasta ese momento. La escucha de esos discursos, dentro del marco de la relación terapéutica, brinda entonces ese reconocimiento: las decisiones no se evalúan ya como buenas o malas, son marca de una sujeto que aparece en su historia, y va haciéndola propia.
Textos referencias

- Fuller, N (1993) “Clase, raza etnia e intercambios conyugales entre los varones urbanos del Perú”. Texto presentado en Grupo de trabajo Trabalho.
- Irigaray, L (1974). Speculum; espéculo de la otra mujer. Madrid. Ed. Saltés.
- Lemoine-Luccioni, Eugénie. (2001) La partición de las mujeres. Buenos Aires: Amorrortu editores.

Donna Jana Aguirre
Psicóloga Clínica
Centro Clínico y de Investigación Templanza

Depresión postparto

Durante el embarazo, el cuerpo de una mujer soporta muchos cambios, pudiendo ser algunos de estos bastante incómodos y cansadores. Una vez que el bebé nace, que es el período conocido como puerperio, la mujer se hace responsable del bienestar de una persona muy vulnerable, con grandes demandas inmediatas de atención y cuidado. Aún cuando el recién nacido haya sido largamente esperado y deseado, traerá consigo grandes cambios a la vida de la madre, que pueden resultar estresantes.
Es normal sentirse cansada y desanimada por algunos días luego del parto, y hay que distinguir esto, conocido como “baby blues”, de la depresión postparto propiamente tal. Esta última es un estado en que aparecen síntomas tales como ánimo depresivo, no tener ganas de hacer nada ni disfrutar nada, falta de energía y sentimientos de culpa. También aparece llanto fácilmente, alteraciones del sueño, irritabilidad, rechazo por el bebé y reticencia a asumir sus cuidados. Las madres presentan muchos temores en relación a sus hijos, algunos irracionales, como que tenga alguna enfermedad o que no sea de ella.

Esta situación puede ser muy dolorosa, ya que afecta a la mujer misma, su pareja y sus hijos.

Uno de los factores que influencian esto son las hormonas sexuales. Éstas fluctúan a lo largo de todo el ciclo reproductivo y hay etapas, como el postparto en que las fluctuaciones son mas intensas, y esto tendría relación con el ánimo.

Es importante considerar junto a esto que el momento de ser madre es uno de los más significativos para la mujer por todo lo que implica y por todo lo que actualiza de su propia historia, y por el tremendo cambio que significa la llegada de este nuevo ser. También el ser madre confrontará a las mujeres a aspectos desconocidos e inesperados de sí mismas. Es por lo anterior que psicológicamente el postparto es también un momento especialmente vulnerable.

Es necesario abordar entonces este tema considerando los distintos aspectos que conforman a las personas, con una mirada integradora y abierta para ver lo particular que se manifiesta en nuestro paciente.

Entre los factores de riesgo más importantes para la depresión postparto son: antecedentes de depresión personales o familiares, depresión o ansiedad en el embarazo, conflicto marital, apoyo social insuficiente, ambivalencia frente al embarazo y eventos vitales intensos y/o numerosos. Factores más específicos son problemas con la lactancia, bebés de bajo peso al nacer y uso de tabaco en el embarazo. En estudios chilenos se ha visto mayor número de depresiones en niveles socioeconómicos más bajos, y en madres solteras o separadas.

Muchas veces la depresión postparto no se detecta porque la madre no consulta -debido a los mismos temores o culpas que tiene- y también porque el sistema de salud puede estar centrado en la salud del bebé. Esto se ha buscado minimizar aplicando escalas de evaluación de depresión para las madres en los controles de niño sano, lo cual permite pesquisar bastantes casos que de otra manera hubiesen pasado desapercibidos.

En cuanto al tratamiento de la depresión postparto lo central es la psicoterapia, donde una de las cosas fundamentales es desarrollar una relación de confianza con el terapeuta, más allá de una terapia específica. Es en este espacio donde la mujer podrá elaborar con la ayuda de un profesional, su experiencia y conflictos presentes y pasados. Uno de los elementos importantes a abordar es la culpa que sentirá la mujer con depresión postparto, en relación a sus sensaciones y pensamientos respecto de su hijo.

Para casos más graves será útil la farmacoterapia u otras intervenciones, por ejemplo grupos de apoyo. Hay una variedad de posibilidades para una mujer con depresión postparto, y será función del terapeuta ir viendo con cada paciente que es lo mejor en cada persona y situación. En caso de decidirse por la opción de tomar fármacos, porque el riesgo-beneficio así lo señala, hay varias opciones, incluso fármacos que permiten proseguir con la lactancia, aunque esto es algo que se verá caso a caso.

Como en toda farmacoterapia hay riesgos, pero hay que considerar que no tratar la depresión también conlleva riesgos, para la madre, y el niño. En este sentido se ha relacionado la depresión postparto con alteraciones en el apego, en la díada madre-hijo, y también en la conducta infantil: aumento de la ansiedad infantil y alteraciones en el desarrollo conductual y cognitivo del niño.

Es esencial para el desarrollo de este nuevo individuo el tener un ambiente que responda a sus necesidades, que al principio son totalmente dependientes de la madre. La madre tendrá que estar atenta a su bebé, reconocerlo, apaciguarlo y contenerlo, además de alimentarlo y limpiarlo. A la madre deprimida se le dificultará notablemente responder a los requerimientos de su nuevo rol de madre, y es bueno saber que esta situación puede sanar con la ayuda profesional indicada.


Autores consultados:
Dr. Enrique Jadresic
Ps. Laura Gutman
Ps. D Winnicott.


Mariana Hepp Castillo
Psiquiatra en formación Universidad de Chile
Centro Clínico y de Investigación Templanza

Denunciar la violencia intrafamiliar

En Chile la violencia intrafamiliar es un tema que no se puede soslayar. Los medios de comunicación se encargan de poner esta problemática en la palestra continuamente. Las acciones políticas y de salud mental también convergen en este sentido. Un elemento concreto a este respecto es la modificación a la Ley de Violencia Intrafamiliar, donde antes, en la antigua ley, el maltrato al interior de la familia no era constitutivo de delito, incluso si hubiere maltrato físico, lo que dejaba impune al agresor. La nueva ley, en cambio, considera el maltrato habitual como un delito, introduce elementos reparatorios para la víctima, fortalece la protección de ésta y también busca que el agresor tenga acceso a algún tipo de tratamiento u orientación con el objetivo de detener la violencia.

La violencia intrafamiliar se instala en el vínculo como abuso de poder. Si bien la denuncia de los malos tratos es un elemento que puede ser poderoso en la detección y detención de la violencia, la mayoría de las mujeres que están sometidas en estos regímenes, tardan alrededor de siete años en denunciarlo. Esta demora, puede explicarse desde muchas perspectivas, el fuerte lazo que una a esta mujer con su pareja, que puede implicar entre otros factores, amor, temor, dependencia y sumisión; el ideal de sostener una familia; producto de la violencia la mujeres se van alejando y desconectando de sus redes de apoyo, económicas, laborales, afectivas; por intermedio de los malos tratos, se instala también, la desconfianza en el otro y la idea de que no será acogida, sino más bien dañada por los demás, la identificación con modelos familiares y de género, que avalan la agresión y el desplazamiento de las propias necesidades en pro de satisfacer la de los semejantes y por qué no decirlo, el miedo a una represalia de parte de su pareja o cónyuge.

Si bien, la nueva Ley en Violencia Intrafamiliar no puede asegurar que se detendrán para siempre los abusos, si apunta a establecer que el maltrato implica una violación a un derecho fundamental y que debe ser sancionado y reparado. El control social, legal, apunta de esta manera a reparar el acto que se ejecutó en contra de la víctima, mediante el hecho de establecer que se ha cometido un acto punible, que la sociedad, representada en el poder judicial, rechaza. Mediante este acto, se apela a un hombre que tiene que hacerse responsable y cumplir la sanción que le corresponde, pero que también debe intentar cambiar su relación con la violencia, aspecto por el cual muchos hombres sufren y no desean que su modo de intentar resolver un conflicto sea a través de los golpes o insultos a quienes más quieren. Para esto son pensados los dispositivos de tratamiento u orientación a los que por ley son obligados a asistir, en donde se hace necesario dar cabida a la legalidad, que ésta permita reparar y ayudar a los hombres que ejercen violencia. Porque el castigo es reparador, pero se necesita, como señalan el abogado Silvio Lamberti y el psicoanalista Raúl Matiozzi, de una instancia de contención que les ayude a afrontar su molestia por ser acusados y sobretodo, a entender el sentido de la ley y de sus actos.

Al denunciar se declara un límite, un límite que dice que no se está dispuesto a sostener la agresión, el abuso. Demarcación que la legalidad avala y ayuda a incorporar con los elementos mencionados, pero que no se sustenta por si misma, sino que debe ser acompañada por el trabajo personal de los actores involucrados, sobretodo de aquellos que ya no desean continuar bajo una dinámica abusiva, pues es necesario elaborar los sucesos ocurridos en la propia historia para que la violencia deje de ser una alternativa de relación con el otro y pueda dar lugar al respeto, la tolerancia, la satisfacción de las necesidades mutuas, al deseo y a la idea de vivir una relación de pareja sin abuso, más allá del poder que cada uno detente.



Andrea Vera Mondada
Psicóloga Clínica
Centro Clínico y de Investigación Templanza

La problemática del silenciamiento en las agresiones sexuales

Cada vez, con mayor fuerza, asistimos al impacto social facilitado por los medios de comunicación, al presentar y develar “historias” de agresiones sexuales al interior de las familias. Si bien existen múltiples contextos en los cuales pueden acontecer delitos sexuales (en la calle, colegios, etc.), son aquellos que ocurren al interior de las familias los que mayormente desafían las posibilidades de comprensión de las personas, principalmente por ser la familia un espacio culturalmente asociado a los cuidados y la protección. En este escenario quisiera poner el acento en la alta cifra negra existente en los delitos sexuales (sólo se conoce alrededor de 15-20% de los casos reales), es decir, existe una gran cantidad de casos que quedan sin denuncia, sin tratamiento, sin alivio y en silencio. Pretendo reflexionar sobre aquello, esbozando parte de las dinámicas que la experiencia clínica y teórica enseña sobre lo que las víctimas ponen en juego en su silenciamiento. Cabe advertir que la presente aproximación al fenómeno trata de ser lo más genérica posible, sin embargo no desarrolla, por ejemplo, ciertas especificidades de la vivencia de los adolescentes, o consideraciones relativas al género.

Respecto de una situación abusiva de carácter sexual, existe literatura especializada para consultar al respecto (Barudy 1998, 2001; Finkelhor 1980; Perrone, R. y Nannini, M. 2005; Miotto, N 2001; Malacrea, M. 2000; C.A.V.A.S 2003; Freyd, J 2003, entre otros), en donde se desarrollan planteamientos para la comprensión de las dinámicas de silenciamiento que operan. Quisiera describir algunos elementos que me parecen relevantes, los cuales si bien no se pueden generalizar a la fenomenología de todos los casos por la complejidad del fenómeno, son importantes de considerar. Primero, decir que muchas veces acontece que el niño/a no logra comprender los mensajes confusos que entrega el adulto en los primeros intentos de interacciones abusivas, éste comienza a traspasar sus espacios físicos y corporales, a mirarlo de forma diferente, a acercarse de forma diferente cuando están solos, a rozar partes de su cuerpo, y luego puede cambiar, comportándose como si esta realidad no existiera. Dando comienzo a una interacción confusa y abusiva, donde el niño/a pierde la capacidad para discriminar qué debe esperar de este adulto, si bien no lo logra comprender, convive a diario con malestar, desagrado y/o sufrimiento a partir de tales interacciones, las cuales muchas veces pueden ser el comienzo, para una situación de abuso sexual y/ o violación repetida en el tiempo o crónica.

La dificultad para descifrar tales interacciones puede relacionarse con muchos elementos, la naturaleza de la relación misma, la etapa del desarrollo y capacidad cognitiva, o porque entre éste y el agresor media un vínculo de confianza, dado por el lugar familiar que éste ocupa, entre otros. Entonces, cómo entender que aquel que debe cuidarme, me hace sentir mal, me daña, me violenta. Y más aún, luego actúa como si nada hubiera hecho, se preguntará entonces el niño, por la lucidez de sus percepciones, ¿será acaso que está mal interpretando?. Además, aquel que daña, muchas veces es también quien en otros contextos cuida, acompaña y entrega cariños. ¿Cómo entender sus cambios? Comienza a primar la confusión y el aislamiento en el mundo psíquico del niño/a.

En este contexto, pueden existir múltiples señales de ayuda que un niño/a intenta dar, acontecen cambios (pesadillas, labilidad emocional, aislamiento, conductas sexualizadas, entre otros, sin embargo ningún síntoma es patognomónico de las agresiones sexuales, se requiere de una evaluación por parte de un especialista). Lo que quiero enfatizar con lo anterior es que un niño/a a veces no puede hablar directamente, pero lo hace de otras formas, como las ya mencionadas. La literatura también describe que existen casos asintomáticos, es decir no desarrollan ningún síntoma que haga sospechar, lo cual no significa que no haya un sufrimiento de por medio, siendo de suma relevancia la comunicación que se tenga con el niño/a.

Además, pueden existir múltiples temores que le dificultan a un niño/a develar, los más frecuentes son amenazas por parte del agresor, de diferente índole. Esto para un niño/a no es sólo una amenaza, es una realidad, a la cual teme. También puede acontecer que se le impone que “esto es un secreto”, y los niños/as sienten que de alguna forma son parte de éste, y cargan culpa y temor. Otros han sido engañados mediante juegos, y a partir de esto, desarrollan la creencia errónea de que han consentido y participado activamente. El niño/a se siente participe, sucio y culpable, temiendo perder el afecto de sus figuras significativas si dice algo de lo que le está sucediendo.

De esta forma, es la propia dinámica abusiva la que hace tan difícil la develación. Es más frecuente en los casos de agresiones sexuales intrafamiliares que las develaciones se realicen de forma indirecta, a terceros, en el colegio o de forma accidental. Junto con ello, existen casos en donde acontece lo que se denomina retractación, es decir el niño/a se desdice de sus dichos (ya sea señalando que fue una mentira, que se equivocó, etc.), esto se ha asociado a las consecuencias negativas que ha conllevado la develación y en general a que no se da credibilidad a sus dichos. De esta forma, es significativamente relevante la validación del testimonio de los/as niños/as. Si bien es cierto que existen las falsas denuncias, éstas representan un bajo porcentaje en comparación con los casos reales (estudios nacionales e internacionales lo estiman en alrededor de un 10 a 20%). Este texto intenta plasmar una pequeña parte de una realidad compleja y dolorosa, poniendo énfasis en el tremendo valor de las palabras y diferentes formas de expresión que un niño/a usa para dar cuenta de una situación de agresión sexual de la cual es víctima.

Carolina López López

Psicóloga. Clínica infanto – juvenil

Centro Clínico y de Investigación Templanza

La Importancia de los Vínculos Tempranos

La gestación de la vida humana señala un recorrido fascinante y complejo que pone en juego la dinámica afectiva entre los padres y su hijo. Los primeros años de vida son cruciales en la existencia de un individuo, el cual depende de manera total del entorno afectivo en el que se encuentra inmerso. Este contexto, constituido la mayoría de las veces por los padres, y en ocasiones por otros cuidadores que participan en los cuidados físicos y emocionales del bebé, marca diferencias fundamentales. De hecho, la madurez psicológica que el niño va alcanzando en cada etapa evolutiva se relaciona directamente con el modo en que ese hijo recibe cariño y cuidados, dentro de un sistema complejo de relaciones afectivas.

Según J. Bowlby, en el bebé existe una tendencia natural -de base biológica- a crear fuertes lazos afectivos con figuras que se convierten en significativas por el hecho de estar disponibles para satisfacer las necesidades básicas del pequeño. A la creación de estos vínculos se le conoce como “apego”, y los padres (u otros cuidadores) se constituyen en “figuras de apego” que serán la base segura que todo niño necesita para su desarrollo.

El apego tiene varios elementos claves:

· Es una relación perdurable con una persona específica.

· Dicha relación produce seguridad, agrado y placer.

· La pérdida o amenaza de pérdida de la persona produce intensa ansiedad.

Se han distinguido distintos tipos de “patrones de apego”, los cuales han sido categorizados en cuatro:

Seguro

Inseguro–evitativo

Inseguro–ambivalente

Inseguro–desorganizado

En el apego seguro la figura de apego es vivida como accesible, disponible y receptiva. Los niños sienten que su relación con la madre (u otro cuidador) es consistente aún en momentos de tensión o peligro. De la misma manera, un niño es considerado como teniendo un “apego seguro” si es que en la medida en que maduran y se mueven a través de las etapas normales del desarrollo ellos cuentan con su madre u otro cuidador consistente como una “base segura” desde donde puedan explorar el medio. Así, el apego seguro se torna en esencial para el desarrollo de las capacidades cognitivas y sociales, ya que al sentirse seguro el niño tendrá la confianza y el sentido de competencia necesarios para probar cosas nuevas y aprender.

El énfasis que se pueda dar al vínculo afectivo amoroso entre padres e hijo durante los tres primeros años de vida, tendrá un impacto duradero y bastante decisivo en los aspectos evolutivos del niño, en sus capacidades para aprender, regular emociones, y establecer relaciones interpersonales, entre otras. La existencia de este período sensible para el desarrollo emocional se debe en gran medida a que en los primeros tres años de vida el cerebro desarrolla el 90% de su tamaño adulto, formándose también la mayor parte de las “redes neuronales” , estructuras responsables del funcionamiento emocional, conductual y social.

Actos como coger a un bebé en brazos, mecerlo, acunarlo, cantarle y mirarlo son experiencias de vinculación, es decir, instancias que ayudan al desarrollo de un apego seguro. De hecho, se consideran a estas conductas, conocidas también como contacto físico positivo, como las más importantes para el surgimiento del apego, ya que estas actividades causan respuestas neuroquímicas específicas en el cerebro, que llevan a la óptima organización de los sistemas cerebrales responsables del apego.

De esto se puede deducir que sería necesario entonces que los padres o cuidadores deberían dedicar tiempo a estar con sus hijos. Si bien se ha privilegiado mucho la frase que dice: “calidad antes que cantidad”, la frecuencia del contacto afectivo es también decisivo para conformar un apego seguro. De hecho, uno de los requisitos básicos para el establecimiento de relaciones de apego seguras es la estabilidad, continuidad y sensibilidad del cuidado por parte de la(s) figura(s) significativa(s).

De esta manera, la periodicidad del tiempo que las figuras de apego (padres u otros cuidadores) dedican a los niños debería ser considerada como prioritaria, especialmente en los tres primeros años de vida.

Francisca Montedonico G.

Psicóloga Infantil

Centro Clínico y de Investigación Templanza