Cada vez, con mayor fuerza, asistimos al impacto social facilitado por los medios de comunicación, al presentar y develar “historias” de agresiones sexuales al interior de las familias. Si bien existen múltiples contextos en los cuales pueden acontecer delitos sexuales (en la calle, colegios, etc.), son aquellos que ocurren al interior de las familias los que mayormente desafían las posibilidades de comprensión de las personas, principalmente por ser la familia un espacio culturalmente asociado a los cuidados y la protección. En este escenario quisiera poner el acento en la alta cifra negra existente en los delitos sexuales (sólo se conoce alrededor de 15-20% de los casos reales), es decir, existe una gran cantidad de casos que quedan sin denuncia, sin tratamiento, sin alivio y en silencio. Pretendo reflexionar sobre aquello, esbozando parte de las dinámicas que la experiencia clínica y teórica enseña sobre lo que las víctimas ponen en juego en su silenciamiento. Cabe advertir que la presente aproximación al fenómeno trata de ser lo más genérica posible, sin embargo no desarrolla, por ejemplo, ciertas especificidades de la vivencia de los adolescentes, o consideraciones relativas al género.
Respecto de una situación abusiva de carácter sexual, existe literatura especializada para consultar al respecto (Barudy 1998, 2001; Finkelhor 1980; Perrone, R. y Nannini, M. 2005; Miotto, N 2001; Malacrea, M. 2000; C.A.V.A.S 2003; Freyd, J 2003, entre otros), en donde se desarrollan planteamientos para la comprensión de las dinámicas de silenciamiento que operan. Quisiera describir algunos elementos que me parecen relevantes, los cuales si bien no se pueden generalizar a la fenomenología de todos los casos por la complejidad del fenómeno, son importantes de considerar. Primero, decir que muchas veces acontece que el niño/a no logra comprender los mensajes confusos que entrega el adulto en los primeros intentos de interacciones abusivas, éste comienza a traspasar sus espacios físicos y corporales, a mirarlo de forma diferente, a acercarse de forma diferente cuando están solos, a rozar partes de su cuerpo, y luego puede cambiar, comportándose como si esta realidad no existiera. Dando comienzo a una interacción confusa y abusiva, donde el niño/a pierde la capacidad para discriminar qué debe esperar de este adulto, si bien no lo logra comprender, convive a diario con malestar, desagrado y/o sufrimiento a partir de tales interacciones, las cuales muchas veces pueden ser el comienzo, para una situación de abuso sexual y/ o violación repetida en el tiempo o crónica.
La dificultad para descifrar tales interacciones puede relacionarse con muchos elementos, la naturaleza de la relación misma, la etapa del desarrollo y capacidad cognitiva, o porque entre éste y el agresor media un vínculo de confianza, dado por el lugar familiar que éste ocupa, entre otros. Entonces, cómo entender que aquel que debe cuidarme, me hace sentir mal, me daña, me violenta. Y más aún, luego actúa como si nada hubiera hecho, se preguntará entonces el niño, por la lucidez de sus percepciones, ¿será acaso que está mal interpretando?. Además, aquel que daña, muchas veces es también quien en otros contextos cuida, acompaña y entrega cariños. ¿Cómo entender sus cambios? Comienza a primar la confusión y el aislamiento en el mundo psíquico del niño/a.
En este contexto, pueden existir múltiples señales de ayuda que un niño/a intenta dar, acontecen cambios (pesadillas, labilidad emocional, aislamiento, conductas sexualizadas, entre otros, sin embargo ningún síntoma es patognomónico de las agresiones sexuales, se requiere de una evaluación por parte de un especialista). Lo que quiero enfatizar con lo anterior es que un niño/a a veces no puede hablar directamente, pero lo hace de otras formas, como las ya mencionadas. La literatura también describe que existen casos asintomáticos, es decir no desarrollan ningún síntoma que haga sospechar, lo cual no significa que no haya un sufrimiento de por medio, siendo de suma relevancia la comunicación que se tenga con el niño/a.
Además, pueden existir múltiples temores que le dificultan a un niño/a develar, los más frecuentes son amenazas por parte del agresor, de diferente índole. Esto para un niño/a no es sólo una amenaza, es una realidad, a la cual teme. También puede acontecer que se le impone que “esto es un secreto”, y los niños/as sienten que de alguna forma son parte de éste, y cargan culpa y temor. Otros han sido engañados mediante juegos, y a partir de esto, desarrollan la creencia errónea de que han consentido y participado activamente. El niño/a se siente participe, sucio y culpable, temiendo perder el afecto de sus figuras significativas si dice algo de lo que le está sucediendo.
De esta forma, es la propia dinámica abusiva la que hace tan difícil la develación. Es más frecuente en los casos de agresiones sexuales intrafamiliares que las develaciones se realicen de forma indirecta, a terceros, en el colegio o de forma accidental. Junto con ello, existen casos en donde acontece lo que se denomina retractación, es decir el niño/a se desdice de sus dichos (ya sea señalando que fue una mentira, que se equivocó, etc.), esto se ha asociado a las consecuencias negativas que ha conllevado la develación y en general a que no se da credibilidad a sus dichos. De esta forma, es significativamente relevante la validación del testimonio de los/as niños/as. Si bien es cierto que existen las falsas denuncias, éstas representan un bajo porcentaje en comparación con los casos reales (estudios nacionales e internacionales lo estiman en alrededor de un 10 a 20%). Este texto intenta plasmar una pequeña parte de una realidad compleja y dolorosa, poniendo énfasis en el tremendo valor de las palabras y diferentes formas de expresión que un niño/a usa para dar cuenta de una situación de agresión sexual de la cual es víctima.
Carolina López López
Psicóloga. Clínica infanto – juvenil
Centro Clínico y de Investigación Templanza
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