12 de enero de 2009

La Importancia de los Vínculos Tempranos

La gestación de la vida humana señala un recorrido fascinante y complejo que pone en juego la dinámica afectiva entre los padres y su hijo. Los primeros años de vida son cruciales en la existencia de un individuo, el cual depende de manera total del entorno afectivo en el que se encuentra inmerso. Este contexto, constituido la mayoría de las veces por los padres, y en ocasiones por otros cuidadores que participan en los cuidados físicos y emocionales del bebé, marca diferencias fundamentales. De hecho, la madurez psicológica que el niño va alcanzando en cada etapa evolutiva se relaciona directamente con el modo en que ese hijo recibe cariño y cuidados, dentro de un sistema complejo de relaciones afectivas.

Según J. Bowlby, en el bebé existe una tendencia natural -de base biológica- a crear fuertes lazos afectivos con figuras que se convierten en significativas por el hecho de estar disponibles para satisfacer las necesidades básicas del pequeño. A la creación de estos vínculos se le conoce como “apego”, y los padres (u otros cuidadores) se constituyen en “figuras de apego” que serán la base segura que todo niño necesita para su desarrollo.

El apego tiene varios elementos claves:

· Es una relación perdurable con una persona específica.

· Dicha relación produce seguridad, agrado y placer.

· La pérdida o amenaza de pérdida de la persona produce intensa ansiedad.

Se han distinguido distintos tipos de “patrones de apego”, los cuales han sido categorizados en cuatro:

Seguro

Inseguro–evitativo

Inseguro–ambivalente

Inseguro–desorganizado

En el apego seguro la figura de apego es vivida como accesible, disponible y receptiva. Los niños sienten que su relación con la madre (u otro cuidador) es consistente aún en momentos de tensión o peligro. De la misma manera, un niño es considerado como teniendo un “apego seguro” si es que en la medida en que maduran y se mueven a través de las etapas normales del desarrollo ellos cuentan con su madre u otro cuidador consistente como una “base segura” desde donde puedan explorar el medio. Así, el apego seguro se torna en esencial para el desarrollo de las capacidades cognitivas y sociales, ya que al sentirse seguro el niño tendrá la confianza y el sentido de competencia necesarios para probar cosas nuevas y aprender.

El énfasis que se pueda dar al vínculo afectivo amoroso entre padres e hijo durante los tres primeros años de vida, tendrá un impacto duradero y bastante decisivo en los aspectos evolutivos del niño, en sus capacidades para aprender, regular emociones, y establecer relaciones interpersonales, entre otras. La existencia de este período sensible para el desarrollo emocional se debe en gran medida a que en los primeros tres años de vida el cerebro desarrolla el 90% de su tamaño adulto, formándose también la mayor parte de las “redes neuronales” , estructuras responsables del funcionamiento emocional, conductual y social.

Actos como coger a un bebé en brazos, mecerlo, acunarlo, cantarle y mirarlo son experiencias de vinculación, es decir, instancias que ayudan al desarrollo de un apego seguro. De hecho, se consideran a estas conductas, conocidas también como contacto físico positivo, como las más importantes para el surgimiento del apego, ya que estas actividades causan respuestas neuroquímicas específicas en el cerebro, que llevan a la óptima organización de los sistemas cerebrales responsables del apego.

De esto se puede deducir que sería necesario entonces que los padres o cuidadores deberían dedicar tiempo a estar con sus hijos. Si bien se ha privilegiado mucho la frase que dice: “calidad antes que cantidad”, la frecuencia del contacto afectivo es también decisivo para conformar un apego seguro. De hecho, uno de los requisitos básicos para el establecimiento de relaciones de apego seguras es la estabilidad, continuidad y sensibilidad del cuidado por parte de la(s) figura(s) significativa(s).

De esta manera, la periodicidad del tiempo que las figuras de apego (padres u otros cuidadores) dedican a los niños debería ser considerada como prioritaria, especialmente en los tres primeros años de vida.

Francisca Montedonico G.

Psicóloga Infantil

Centro Clínico y de Investigación Templanza

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