El trabajo clínico, y en especial el psicoterapéutico, permite desarrollar una serie de reflexiones y relaciones entre el cuerpo (sus formas de manifestarse, de presentarse, ausentarse, su estilo de enfermarse y las formas de disfrutar) y la salud mental de las personas. La relación que me interesa rescatar es que entre cuerpo y salud mental existe una aparente oposición. El mismo quehacer clínico nos facilita esta afirmación; no tanto por la idea de equilibrio entre soma y psiquis sino por la imbricada comunicación entre el mundo interno y su propio limite.
A muchos nos resuena la palabra “psicosomático” y la asociamos casi exclusivamente a la idea de enfermedad o trastorno. El trabajo psicoterapéutico, tanto para un paciente como para un terapeuta, nos aproxima a lo psicosomático como un funcionamiento y, en ese sentido todos y todas podríamos identificar nuestra(s) forma(s) de hacer síntomas físicos.
Podríamos presentar al ser humano como una potencial fuente de síntomas, donde aquellos asociados a la salud mental se entienden como exclusivamente “psíquicos” y se aplican representaciones que tienden a dejar afuera al registro del cuerpo y de la materia en general. Las manifestaciones psicosomáticas que aparecen en el trabajo clínico nos enseñan a observar y escuchar de otra forma el lugar que el cuerpo y la experiencia sensorial van adquiriendo en la vida de un sujeto.
Desde las propuestas psicoanalíticas podemos pensar que el cuerpo es un límite y particularmente funciona como límite hacia el otro (los otros). Este límite sería el resultado de las primeras experiencias con un “afuera”. Una gran cantidad de cuerpos teóricos establecen que en un inicio el sujeto y la “madre” (cuidadora) conforman una totalidad, una unidad para el mundo interno del bebé; esta unidad sería la antesala para la experiencia evolutiva de conocer y siempre reconocer los propios límites. En este sentido podemos pensar que el cuerpo es producto tanto del “adentro” como del “afuera”, de lo “interno” como de lo “externo”, y que estará siempre implicado en las relaciones intersubjetivas y también intrasubjetivas.
El cuerpo en este sentido es la estructura, la materia (el soma) que vehiculiza estas experiencias, conduciendo el desarrollo humano tanto hacia la internalización y la individuación, como al establecimiento de lazos e intercambios con otros. Incluso podríamos aventurar la idea de que el cuerpo opera como estructura material de los vínculos y que, por lo tanto, estaría en permanente conflicto.
Es por esto que en aquellos casos de manifestaciones psicosomáticas invasivas y crónicas cobra especial relevancia la posibilidad (porque siempre hay otra) de considerar estos síntomas como expresión de conflictos afectivos inconcientes y revisar la historia de los principales vínculos y lazos del mundo interno del sujeto con los otros. De igual manera, en muchos casos resulta imprescindible rescatar los relatos y las experiencias que son concretamente sensoriales, ubicadas en la primera infancia de las personas que están en una psicoterapia. Vale la pena intentar armar la historia pulsional de cada paciente como fuente de material clínico para este tipo de procesos, ya que facilita el ejercicio interpretativo y analítico que podemos ofrecer a cada paciente.
También resulta sensato “hablarle” a ese cuerpo que se presenta en la consulta clínica; ante todo es un cuerpo que ingresa, saluda, toma asiento, habla. Vale la pena responder y devolver manifestaciones de ese registro también.
Asimismo, también se puede trabajar con un cuerpo que se ausenta frente a ciertas intervenciones, aquel que parece no tolerar la palabra, la asociación, el recuerdo.
De todas maneras, muchos acudimos a diversos tipos de atenciones cuando enfrentamos a un cuerpo que se enferma, que se resiente, que se lesiona, que sufre; en fin, un cuerpo que vive los conflictos, que no está afuera de ellos sino que es parte de ellos.
Daniela Maira Moya
Psicóloga Clínica
Centro Clínico y de Investigación Templanza
25 de noviembre de 2008
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